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sábado, 2 de octubre de 2010

Valeria y Mónica escriben "La Corona de la Princesa"

Había una vez un castillo gigante, gigante, gigante. En él vivían el rey Gilberto, la reina Amelia y sus hijos el príncipe Julián y la princesa Andrea. En el castillo también vivían muchas hadas que protegían el castillo de los hechizos de las brujas malas y les daban sabios consejos a los habitantes del castillo. Andrea, como era la menor, no tenía corona. La corona se hace con un metal especial que solo se encuentra en el bosque encantado. Este metal le ayuda a las personas a encontrar la magia dentro de ellas despertando sus talentos escondidos. Pero los dragones que custodian la entrada a la cueva donde está el metal solo entregan el metal a las personas que lo van a buscar junto con su propio unicornio volador. Por eso habían tenido que esperar a que la princesita aprendiera a montar caballo a pelo, es decir sin silla de montar antes de buscar su unicornio volador. Ya que los unicornios voladores no soportan ningún tipo de atadura.
Al bosque encantado la familia iría en sus unicornios voladores. La reina Amelia iba con Andrea, el rey Gilberto llevaba la brújula mágica de las hadas para encontrar el camino y Julián los acompañaba feliz, porque para él no había lugar más asombroso y divertido que bosque encantado.
Aunque la familia ya había ido al bosque encantado las hadas les recordaron las instrucciones para llegar allá. Debían salir antes del amanecer siguiendo el norte que señalaba la brújula. Ese norte era diferente al que señalaban las otras brújulas, por eso era una brújula mágica. Cuando el sol estuviera en la parte más alta del cielo aparecería una montaña violeta y, en el valle detrás de esa montaña, encontrarían el valle de los unicornios donde se encontraba el bosque encantado. Cuando llegaron ahí, había muchos unicornios pero encontraron una unicornio muy especial. Era rosadita y junto a su cola multicolor tenía dibujada una flor. La princesa se acercó a la unicornio y ésta se quedó quieta. La princesa le hizo una caricia y la unicornio se sentó para que la princesa se subiera en su lomo. ¡Era como si la unicornio escuchara los pensamientos de la princesa! En ese momento Andrea se despidió de su familia para ir a la cueva del dragón a buscar el metal de su corona. Mientras tanto, el resto de la familia se fue a comer galletas y leche en la casa de las brujas buenas que vivían en ese bosque.
La princesa estaba muy feliz, le encantaba su amiga unicornio y se fueron juntas a la cueva del dragón. Era fácil de encontrar la cueva porque estaba en una montaña azul que tenía dos ventanas. El brillo de las ventanas, cuando el sol se refleja en ellas, ayudaba a distinguir fácilmente el lugar.
Cuando llegaron les dio mucho miedo porque el dragón se veía muy furioso. El dragón era muy grande y lanzaba fuego por la boca. Después se dieron cuenta que era un dragón bebé porque su mamá estaba cerca y era mucho más grande. Andrea y la unicornio se sentaron a pensar. ¿Cómo entrarían a la cueva con dos dragones tan furiosos en la entrada? De pronto, la princesita tuvo una idea. Dijo, ¡hagámonos amigas del dragoncito! La unicornio dijo, ¡qué buena idea! pero ¿cómo lo hacemos? Andrea recordó que, en una historia de las hadas, decía que la comida más deliciosa y nutritiva para los dragones eran los pimientos rojos picantes. La unicornio dijo que sabía donde hay unas plantas de pimientos rojos gigantes y se fueron a buscarlas. Recogieron muchísimos pimientos y los llevaron a la cueva.
Los dragones al verlas dejaron de lanzar fuego. Estaban muy felices porque llevaban muchos días sin comer. El dragoncito, cuando aprendió a lanzar fuego, sin querer había quemado su planta de pimientos y su mamá no había logrado encontrar otra. Comieron los pimientos y la princesita les enseñó a sembrar las semillas para que la comida no les faltara nunca más. La dragón dijo: “te daré el más hermoso metal para tu corona, este metal solo se lo doy al que ya conoce su talento”. La princesa dijo no conocer su talento y la dragón le respondió: “¿no te das cuenta que te puedes comunicar con los animales y sabes fácilmente lo que necesitan? Ese es tu talento y por eso te doy el metal más brillante. La princesa se despidió de los dragones y les dijo que pronto volvería a visitarlos. Cuando regresaron al valle de los unicornios todos quedaron asombrados con la belleza del metal. Pronto tuvieron que regresar al castillo y la princesa le preguntó a la unicornio si quería ir con ella. La unicornio aceptó porque no tenía familia en el valle.
Al llegar al castillo las hadas le hicieron la corona más hermosa que la princesa hubiera podido imaginar. Antes de ponerle la corona le preguntaron: “¿estás lista para conocer tu talento?” La princesa respondió: “mi talento ya lo conozco, pero la corona me ayudará a usarlo con sabiduría para ayudar a los demás”. Todos quedaron maravillados con el hermoso talento de la princesa Andrea.

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